19.2.09

Cobarde


Él todavía no tenía rostro. No era más que un nombre, un tipo de fuente y un color. Y sin embargo, ya había roto mis estructuras. Ya no entraba en las noches de calor sofocante, ni en los planes de futuro, ni en la mesa para dos, ni en el sommier de dos plazas recién estrenado.
Era un espejismo en la cruda capital de enero. Era el oasis, el norte, el sur y todo. Era tanto y tan poco que un día decidí ponerle fin. Tomé las llaves, un par de libros, algo de plata, coraje y un taxi. No hubo amor a primera vista; no hubo amor. Hubo atracción, deseo contenido, deseo liberado, deseo reprimido. Hubo besos esperados y de los de sorpresa. Hubo chistes, juegos, preguntas, caricias, lecturas. Hubo más besos. Y más deseos.
No nos volvimos a ver por mucho tiempo. Hablábamos cada tanto para boicotearnos. Pasó el tiempo midiendo orgullos. A los dos nos unía el mismo temor: mi sommier recién estrenado, mi mesa para dos, mis planes de futuro. A mi me aterraba perderlos, a él que no me animara.
El segundo encuentro fue en un pequeño cuarto en el que los dos buscábamos imponer distancias. Se ve que no lo logramos: desperté tarde entre sus brazos. Me fui. Volví a la comodidad de los huecos conocidos de mi colchón, al olor a sahumerio de melón de mi habitación. A lo seguro, como me dijiste en ese mail.
Sí. Siempre fui así de mediocre.

1 comentario:

Trefo dijo...

Sobre su valentía no voy a manifestarme. Pero qué lindo escribe.

Add to Technorati Favorites Delicious Bookmark this on Delicious